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Writer's pictureLa Voz Latina

Las historias de la comunidad contada a través la comida callejera

Escrito por: Zach Wandalowski 🇵🇭


Mirian Alvarez detrás de su puesto de frutas el 28 de abril del 2024. (Zach Wandalowski)


Negocios pequeños son el corazón de comunidades fuertes. En varios casos, estos negocios nacieron por la necesidad. Estos emprendimientos proporcionan una vida para los dueños y demuestran la diversidad de nuestra comunidad en el condado de Prince George's. 


No es solo comida, sino también las culturas y la vida de la gente; un pedazo de su patria en un país nuevo


Los salvavidas de un día caluroso


“¡Mangos, jícama, raspados!”, una señora gritó. “¡Arroz con leche! ¡Postres!” Otra señora exclamó desde la cajuela de su minivan. A la par de las tiendas y restaurantes de la Plaza Metzerott está ubicado un sistema de emprendimientos informales. 


Debajo la sombra de los árboles y detrás de una mesa llena de varios tipos de frutas se sentó Mirian Alvarez, la dueña de este puesto.


Alvarez vende jícamas, mangos verde indio, nance, agua de coco – ella tiene de todo. Compré sandía con tajín y un raspado de mango y tamarindo para aguantar el calor de ese domingo.


 Ella ha tenido este negocio por 15 años. 


“Vendo desde muy pequeña en mi país [El Salvador], a la edad de 9 años”, dijo Alvarez. “A los centroamericanos les gusta mucho la fruta de nuestros países. Son caras, pero la gente quiere”.


Además de los Latinos, muchas personas de diferentes culturas compran de su negocio. Ella compra frutas en un mercado en Baltimore, y va tres veces cada semana. 


Sandia con tajín el 28 de abril del 2024. (Zach Wandalowski)


El gran desafío para ella es que necesita vender los domingos. “Me gusta ir a la iglesia”, dijo Alvarez. “Me he sentido bastante triste porque no fui”. 


Pero los domingos son los mejores días para vender, y ella necesita el dinero. "Su sueño es mejorar su negocio con un vehículo". “Es mi sueño, si Dios permite”. 


 Eduardo, quien vende cocos, está al otro lado de la calle del puesto de Alvarez. 


Él es de Honduras e inmigró el año pasado. Los carros pasan con alta velocidad mientras esperaba por mi orden. Los costales de los cocos estaban colocados alrededor de él. “Hay muchos carros, muchos clientes aquí”, me dijo Eduardo. Él recogió el machete y cortó los cocos, salió la agua y sacó la pulpa de la cáscara y la puso dentro de un contenedor.


 “Ahorro para conseguir un carro. Trabajo para alguien, quiero mi propio negocio vendiendo cocos”. Él perforó un hueco en la tapa, puso un popote dentro, y me lo dio. 


Un negocio familiar floreciente


“Deliciosas Garnachas Guatemaltecas” dice un anuncio de Facebook Marketplace. Después de pocos mensajes de texto con la vendedora, estaba manejando hacia una casa en Adelphi. Los niños pasaron, volviendo de la escuela, y los vecinos hablaban del hombre que arregló su carro. Adela, la dueña de Big J’s Salvadorian and Guatemalan Food abrió la puerta y me dieron mi caja de garnachas y un Sprite.


 “Empecé este negocio en 2014, pero lo registré hace tres años”, dijo Adela. Ella es salvadoreña y su marido es chapín. Ella empezó su negocio cuando tuvo a su última bebe para tener ingresos con la flexibilidad de cuidarlos. Tiene muchos clientes fijos que piden por texto, la mayoría de ellos son de El Salvador y Guatemala. 


Pero no solo vende órdenes individuales, sino que también hace catering para festivales, bodas, y más. En las fechas alrededor del Día de los Muertos y la Navidad tiene muchas órdenes. Para órdenes grandes como estas, le ayudan toda la familia, incluso sus hijos. 


“Es un negocio familiar”, dijo Adela. Me senté en el borde de la acera y abrí mi caja. Tenía seis garnachas, una comida típica en las calles de Guatemala. Lleva tortillas pequeñas fritas con carne mechada, cebolla blanca, curtido, y queso cotija. En otros días ella vende tamales chapines, tamalitos de chipilín y pupusas. Adela tiene planes grandes para el negocio.

 “Quiero un restaurante”, dijo Adela, “Y no solo uno, sino varios”. 


El malabarismo de una mamá


Después de doblar a la izquierda, llegué al estacionamiento de un complejo de departamentos en Hyattsville, cerca de la frontera de Washington, D.C. “¿Es el lugar correcto?” le pregunté a mi amigo, quien me dió las direcciones. Estaba esperando afuera cinco minutos antes de que me diera cuenta de que la mujer con los niños que estaba enfrente de mi era la dueña del negocio.


 “Zach, ¿no? Aquí están sus empanadas de carne, gracias por pedir”, la dueña me dijo.


Me encanta la comida callejera de Venezuela, pero en nuestra área, no hay muchos restaurantes venezolanos. Cuando vi un anuncio para empanadas y tequeños, supe que tenía que probarlo. 


Anyelin, la dueña de Dulce y Salado Pastelería, viene de Maracaibo, Venezuela. Ella migró hace tres años y empezó este “pequeño emprendimiento” poco después. Ella es mamá de dos niños y un bebe de un año. 


Zach Wandalowski con una caja de empanadas el 27 de Abril del 2024. (Danzan Orgil)


Ser mamá y cuidar a los niños pequeños es un trabajo de tiempo completo. Pero sin embargo, quería trabajar para conseguir un poco de ingreso para ayudar a su esposo. Era maestra en Venezuela, pero esta clase de negocio es muy flexible y le permite tener un horario de trabajo que se adapta a sus responsabilidades familiares. 


Cuando le pregunté sobre su horario, estaba claro que en realidad tiene dos trabajos: la empresa y cuidar del hogar. Ella se levanta a las seis para atender a sus niños y preparar el desayuno y almuerzo antes de la escuela. Ella lava la ropa y cuida a su bebe antes de ir a buscar a su otro niño a la escuela a las dos. Cuando no está cuidando a sus hijos, cocina para su negocio. “Trato a tener un balance”, dijo Anyelin. “Hay muchas veces que no puedo atender a los clientes porque no me encuentro en casa, estoy en una consulta médica para mis hijos por ejemplo. Pero esa es la dinámica de trabajar desde casa, ¿no?”. 


Pero Anyelin tiene clientes fieles que entienden que ella es mamá y trabajan con su horario.


Después de darle las gracias a Anyelin, fui a mi carro para probar las empanadas. Mi amigo y yo nos sentamos en la cajuela de mi SUV. El embalaje era muy profesional, con el sticker de su empresa y papeles colorados por dentro. Puse la guasacaca, una salsa verde de aguacate, pimiento verde, perejil, cilantro, y más por encima a mi empanada. Sentado en la cajuela comiendo mi comida en un estacionamiento desconocido, comencé a darme cuenta de la singularidad y lo mágico de nuestra área, si tan solo estuviéramos dispuestos a desviarnos de lo normal y explorar. Con pequeñas interacciones como esta, se puede aprender tanto sobre las personas, la diversidad, y las historias de nuestra área. Cerré la caja y guardé el contacto de Anyelin en mi celular. Quizás seré uno de sus clientes fieles. 



Si quiere visitar estos negocios:

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